domingo, 2 de noviembre de 2008

UNA LUCHA A MUERTE

Para los celtas la lucha era un arte. A los muchachos se les entrenaban desde pequeños al uso de las armas y ha defenderse con un escudo alargado. Se les enseñaban también a no dar ninguna señal de miedo.
El ataque de una tribu contra otra empezaba, por regla general, mediante el desafió personal de un guerrero a otro del bando contrario. A pesar de su naturaleza guerrera, los celtas eran partidarios del juego limpio, y existían leyes, no escritas, con respeto a los combates. Un guerrero podría ser atacado al mismo tiempo solo por un hombre. Antes de luchar, cada guerrero intentaba destruir la confianza del otro. Uno de ellos podía conducir ruidosamente su carro de una parte a otra, realizando equilibrios y estratagemas con sus armas, para demostrar su mayor destreza. Luego se dirigían insultos e injurias uno a otro: “He venido, cerdo inmundo de la manada, para arrojarte a las aguas de la cienaga. Aqui esta quien te va a aplastar. Soy yo quien te quitara la vida, porque puedo hacerlo”.
Un guerrero celta estaba siempre obligado por el honor. Se veía forzado a luchar contra un buen amigo y aun contra su hermano de leche.
Un celta no le temía a la muerte. Por encima de todo, lo que le deseaba era se conocido como un gran luchador y como un héroe sin miedo, cuyas hazañas sobrevivirían después de su muerte y se recordarían en las narraciones recitadas por los bardos. Si se les hubiera dado a elegir entre una vida corta pero gloriosa y el alcázar la vejez tras una existencia apática interminable, ningún guerrero había vacilado en escoger una muerte heroica.

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